Las pérdidas han sido la piedra angular de mi vida...
Hubo afectos que partieron involuntariamente al cielo y amores que, voluntariamente, se ausentaron sin previo aviso...
Todos ellos me han ocultado del sol por un buen rato. Me impusieron una sentencia inapelable que debí aceptar masticando preguntas que nunca obtuvieron respuesta.
Las pérdidas son la gotera de mi fregadero...Ese fastidioso repiqueteo de esa gota que cae ininterrumpidamente sobre cualquier intento de recuperación...
Un chingadazo a mi voluntad. Un apagón sorpresivo que me recuerda esa mi incapacidad para encontrar con rapidez una salida y lo perdida que me quedo durante un buen rato...
Cada pérdida de mi vida ha sido una experiencia traumática.
Un abandono, intencional o no, que me somete a la ardua tarea de rearmarme y que, a su vez, permanece merodeando mi existencia como un fantasma. Cada nuevo encuentro encierra la posibilidad de que ese fantasma acechara en cualquier momento. La felicidad, volátil y escurridiza, puede desaparecer en un descuido, en un sutil parpadeo.
No había, ni hay, ni habrá garantías, y reconozco que me cuesta vivir sin ellas.
Las consecuencias están a la vista: me estoy convirtiendo una mujer atrincherada, llena de miedos.
Temor a que el amor no sea suficiente y que el delgado hilo que enlaza a dos personas se deshaga.
Hubo afectos que partieron involuntariamente al cielo y amores que, voluntariamente, se ausentaron sin previo aviso...
Todos ellos me han ocultado del sol por un buen rato. Me impusieron una sentencia inapelable que debí aceptar masticando preguntas que nunca obtuvieron respuesta.
Las pérdidas son la gotera de mi fregadero...Ese fastidioso repiqueteo de esa gota que cae ininterrumpidamente sobre cualquier intento de recuperación...
Un chingadazo a mi voluntad. Un apagón sorpresivo que me recuerda esa mi incapacidad para encontrar con rapidez una salida y lo perdida que me quedo durante un buen rato...
Cada pérdida de mi vida ha sido una experiencia traumática.
Un abandono, intencional o no, que me somete a la ardua tarea de rearmarme y que, a su vez, permanece merodeando mi existencia como un fantasma. Cada nuevo encuentro encierra la posibilidad de que ese fantasma acechara en cualquier momento. La felicidad, volátil y escurridiza, puede desaparecer en un descuido, en un sutil parpadeo.
No había, ni hay, ni habrá garantías, y reconozco que me cuesta vivir sin ellas.
Las consecuencias están a la vista: me estoy convirtiendo una mujer atrincherada, llena de miedos.
Temor a que el amor no sea suficiente y que el delgado hilo que enlaza a dos personas se deshaga.
Tengo miedo a la hemorragia de las despedidas.
Terror a que las ausencias se acuesten en mi cama... y deseen quedarse a permanencia...
A veces pienso que soy un cuerpo que aloja un alma llena de heridas o simplemente comienzo a creer que hay seres que nacemos con la tragedia y la infelicidad en la sangre...
Pequeñas aberturas que fueron calando quienes se han marchado de mi vida.
Fisuras por las que se escurren mis certezas. Hendiduras por las que lloro y, a la vez, respiro...
Ventanitas por las que asomo la cabeza al mundo, o suelto letras en forma de renglón... que mi psicoanalista leera y e dira que estoy un poco más cerca de la Locura que de la Cura...
Terror a que las ausencias se acuesten en mi cama... y deseen quedarse a permanencia...
A veces pienso que soy un cuerpo que aloja un alma llena de heridas o simplemente comienzo a creer que hay seres que nacemos con la tragedia y la infelicidad en la sangre...
Pequeñas aberturas que fueron calando quienes se han marchado de mi vida.
Fisuras por las que se escurren mis certezas. Hendiduras por las que lloro y, a la vez, respiro...
Ventanitas por las que asomo la cabeza al mundo, o suelto letras en forma de renglón... que mi psicoanalista leera y e dira que estoy un poco más cerca de la Locura que de la Cura...
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