martes, 9 de abril de 2013

La vejez, la muerte, los recuerdos...

Carajo, algunas veces me odio por pensar en cosas que no debería pensar…
No sé en qué momento comencé a preocuparme por mi propia muerte.
Yo no me decidí a pensarla, fue sólo una intuición natural de mi existencia y admito que fue fuertemente influenciada por dos películas que vi recientemente, “La Demora” y “No quiero dormir sola”, después de verlas llore tanto, porque ambas hablan de temas que me atormentan, la vejez, la pérdida de memoria y el hecho de quizá no tenga quien me cuide en esas circunstancias.
Esta pequeña concesión de vida por la que atravieso no hace más que recordarme su tácito vencimiento.
Saber que algún día voy a ser vieja y a morir me exige tanta responsabilidad sobre mis actos, que me abruma.
Es casi una obligación contractual tener la habilidad suficiente como para escurrir las horas y procurar mi felicidad. Pasarle colador a lo insignificante de lo importante, evitar postergar, eliminar definitivamente los asuntos pendientes que siempre quedan en la lista.
Ser consciente de que mi muerte llegara en un momento lejano (eso espero) no me basta para aceptarla.
Su enigma, su indescifrable existencia, me angustia.
Me encabrona su poder para alejarme de las personas que amo.
Me inquieta que no exista testimonio del después.
Me preocupa la vulnerabilidad de este cuerpo que llevo como envase.
Vivo en función de saberme muerta algún día.
Una carrera contra el tiempo en cámara lenta.

Una sensación constante de no sentirme libre, como si la libertad estuviera limitada ante la no inmortalidad.
Su inevitable sentencia me perturba.
Soy inquilina de esta vida y de mis espacios.
De los abrazos que me prestaron, y aún me conceden, los que amo.
De los romances que escribieron parte de mi historia.
De una infancia de patines blancos y abuelos sentados bajo el manglar, tan lejana...

Del incondicional amor de mi mamá… y de mi papá. Y del mayor regalo que la vida me ha dado... mi hermosa Sabina de ojos grandes.

De mis letras, ahora testimonio para mi memoria. Como preparándome para cuando ya no pueda recordar…
Turista de las horas, de los paisajes, de los relojes.
Pensar mi propia muerte es tener la oportunidad de exprimir el tiempo que me regale la vida.

Y es también andar consciente de que algún día seré sólo un recuerdo.
Carajo me odio por haber pensado en ello...

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